Hace 87 años, nuestros padres fundaron en este continente
una nueva nación, concebida en la libertad y consagrada al principio de que
todos los hombres son creados iguales.
Nos hallamos ahora empeñados en una guerra civil en que se
está poniendo a prueba si esta nación, o cualquier nación igualmente concebida
y consagrada, puede perdurar.
Estamos reunidos en un gran campo de batalla de
esa guerra.
Hemos venido a dedicar parte de ese campo a lugar de eterno reposo
de aquellos que aquí dieron la vida para que esta nación pudiera vivir.
Es
perfectamente justo y propio que así lo hagamos, aunque en realidad, en un
sentido más alto, no podemos dedicar, no podemos consagrar, no podemos santificar
este suelo: los valientes que aquí combatieron, los que murieron y los que
sobrevivieron, lo han consagrado mucho más allá de la capacidad de nuestras
pobres fuerzas para sumar o restar algo a su obra.
El mundo advertirá poco y no recordará mucho lo que aquí
digamos nosotros, pero nunca podrá olvidar lo que aquí hicieron ellos.
A los
que aún vivimos nos toca más bien dedicarnos ahora a la obra inacabada que
quienes aquí lucharon dejaron tan noblemente adelantada; nos toca más bien
dedicarnos a la gran tarea que nos queda por delante: que, por deber con estos
gloriosos muertos, nos consagremos con mayor devoción a la causa por la cual
dieron hasta la última y definitiva prueba de amor; que tomemos aquí la solemne
resolución de que su sacrificio no ha sido en vano; que esta nación, por la
gracia de Dios, tenga una nueva aurora de libertad, y que el gobierno del
pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca de la faz de la tierra.
Abraham Lincoln
19 de noviembre de 1863
Gettysburg, Pensilvania
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