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viernes, 17 de enero de 2014

Decálogo para el pensamiento positivo.






 1.- Evitar las ideas del tipo “todo o nada”. 
La realidad no es “blanco y negro” o “buena o mala”. Si pensamos en esos términos, somos rígidos y no damos lugar a matices o puntos de vista.

2.- No generalizar demasiado. 
Alguien mintió o no acudió a la cita, pero eso no significa que ocurra en todos los casos. 
Conclusiones que comiencen con “siempre” o “nunca” suelen conducir a exageraciones.

3.- No focalizar en el peor detalle. 
Las situaciones tienen distintos puntos de vista. Si elegimos centrarnos en lo peor, todo se verá mal. 
Por ejemplo, dar más importancia a críticas que a elogios.

4.- No minimizar lo bueno. 
Siempre hay algo positivo para destacar. Si lo pasamos por alto o lo desvalorizamos, perdemos la oportunidad de apreciar sus ventajas.

5.- Por menos o por más. 
Nos equivocamos tanto cuando exageramos la importancia de un problema como cuando minimizamos nuestras capacidades para afrontarlo.

6.- Evitar las predicciones. 
Ante indicios confusos o que nos despiertan ansiedad, anticipamos la peor conclusión. 
Pensar que algo saldrá mal incide en su resultado.

7.- Decir “no” a las suposiciones. 
En nuestra comunicación cotidiana es frecuente que creamos que otro, amigo, pareja, compañero, piensa o siente de un modo. 
¿Cómo sabemos que es así? Preguntar es mejor que suponer.

8.- Huir de la victimización. 
Frases o sentimientos como “¿por qué me toca siempre a mí?” o “siempre tengo mala suerte” o “¿por qué a los otros sí y a mí no?” nos alejan de la responsabilidad sobre nuestros actos.

9.- No poner ni ponernos etiquetas. 
Al equivocarnos, no toda nuestra persona merece ser descalificada; y algo similar ocurre cuando otros cometen errores. 
No es lo mismo decir “esto lo hice” que “soy un tonto”. Pero atención: tampoco responsabilizar a los demás por errores propios.


10.- Poner límites a la propia responsabilidad. 
Si nos creemos responsables de cada problema, una separación, un hijo que desaprueba, etc., sólo sentiremos culpa. 
Esta idea, sin embargo, oculta otra, más negativa aún: creer que todo está bajo nuestro control.






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