Ayúdame, Señor. Solo no puedo
recomponer mi corazón de astillas;
ya ves que te lo pido de rodillas
y Tú no has de mover ni un solo dedo.
Basta que quieras. Mírame en el ruedo
con cuánta soledad, ¡mar sin orillas!
Para Ti son las cosas más sencillas;
Señor, échame un quite: ¡tengo miedo!
Por el portón oscuro de la muerte
sale un toro ilidiable y traicionero
y es un pregón de luto su bramido.
Sopla y mira hacia mí. Cuando me advierte
corre encelado ya: le hace un sendero
de sombras y de sangre a mi descuido.
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