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viernes, 10 de octubre de 2014

Robert Doisneau










QUIERO COMENZAR CON el prólogo escrito por Doisneau en 1992 para el catálogo que le organizó Peter Hamilton en una exposición antológica en Oxford:

"Con gran sorpresa, la tercera edad acaba de caer sobre mis hombros. En este momento de la vida, donde la memoria globaliza los recuerdos, surgen con precisión los detalles cotidianos de los comienzos en la profesión. Mis jóvenes colegas no pueden imaginar con qué menosprecio eran considerados los que declaraban dedicarse a la Fotografía. Hacía falta para ser tolerado en este medio artístico proponer falsos grabados o símiles-pasteles. El uniforme mismo debía facilitar el ser admitido en el cenáculo. Yo jamás llevé sombrero de ala ancha ni chaqueta de terciopelo. Mi descuidada barba me hacía parecer un joven bárbaro sin educación y teorías. Yo tenía -con los ojos nuevos- una visión aguda sobre las personas y su escenografía. Deseaba compartir esta alegría natural con otros cómplices porque los decadentes refinados me tenían alejado. En este entorno banal que era el mío recibía fragmentos de tiempo en los que lo cotidiano parecía liberado de la gravedad. Mostrar estos momentos podía ocupar toda una vida.
Hoy, algunos tratan de provocarme mala conciencia calificándome de depredador. Es cierto, lo reconozco, me apoderé ligeramente de los tesoros que algunos de mis contemporáneos contenían inconscientemente, lo que facilitaba mi actividad; después todo resultó diferente: la lectura de las imágenes ya no estaba reservada a un grupo de iniciados. El sentido de las metáforas visuales era compartido por más gente. Yo me regocijaba en todos esos granos germinados en la casualidad de los días y que quizá florecían en el corazón de nuevos amigos".

En estas líneas se condensa el puro espíritu de este fotógrafo, que en principio ve la fotografía como diseño, colaborando en 1930 en Vogue y después en publicidad. Él mismo se asombra de haber podido con un "concepto tan cerrado" durante un tiempo. Trabajando para el escultor André Vigneaer, amante de la fotografía, él también la descubre. Pero tendrá que pasar algún tiempo antes de liberarse. Mientras, trabaja en la Renault (1934-1939). Se siente vacío y busca a su alrededor qué interpretar, hasta darse cuenta de que es su propio mundo el que le llama. A veces dice: "Los fotógrafos estáis siempre justificándoos".

Doisneau había visto muy poca fotografía antes de hacer la suya, por ejemplo, conoció la obra de Kertesz y un trabajo de Brassai: París la nuit. Para Doisneau la fotografía no es un objeto de lujo y piensa que sus interpretaciones del pueblo y las costumbres de París casi, casi son para no ganar dinero. Toda su obra de personas anónimas en las calles o en sus casas..., incluso sus retratos son de una gran sencillez llena de belleza. La emoción de Doisneau se halla entre lo frágil y lo efímero. Todo pasa, la vida se escapa y es bueno rescatar tantos instantes, ambientes que luego desaparecen.
Son fotógrafos que viajan fuera de París como Bresson, Lartigue, Parkinson y Brassai quienes valoran en él y admiran su incorruptibilidad. Por esta razón algunos fotógrafos (que saben que deben hacer arte)hallan en su obra una enseñanza muy actual e incluso ciertas reglas de prudencia y moderación.


Le conocí hacia 1990 en Madrid, y me pareció algo puro... un pájaro libre como también en su día me lo pareció Miró. Que viva por siempre su imagen y nos enseñe el camino de la pureza y el haber sabido guardar su compromiso.


Por Alberto Schommer. Alberto Schommer es fotógrafo





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