«Si yo no tengo a mis hijos, tú tampoco». Así de tajantes se
muestran algunas parejas cuando, tras romper su relación, uno de los
progenitores no es capaz de superar el duelo de la separación o el divorcio.
La
venganza y el resentimiento imperan sobre cualquier otro sentimiento en defensa
del bienestar de los hijos.
Tras la separación, el cuidado de los hijos sigue siendo un
compromiso común.
No hay duda de que toda separación da al traste con las
expectativas de dos personas por disfrutar de una vida en común, situación que
se complica si hay hijos de por medio.
En un divorcio se divide el hogar, los
bienes materiales, pero los hijos no deben entrar en el reparto.
Aunque uno de
los progenitores se haga cargo de la custodia, las responsabilidades y el
cuidado de los hijos seguirán siendo un compromiso común.
Nunca se debe educar al niño en el odio. Pero la realidad es bien distinta. En
muchas ocasiones, los padres que se divorcian realizan comentarios denigrantes
y negativos sobre el otro progenitor en presencia de los hijos. Cuando esta
situación se repite con el objetivo de educar al hijo en el odio hacia el otro
progenitor, las consecuencias son nefastas.
Una situación que se produce con independencia del nivel
adquisitivo de los padres, cultura o duración de la relación.
Los niños son utilizados como arma arrojadiza entre los
padres.
El niño manipulado también rompe los lazos con tíos,
abuelos... Desaparece la comunicación, incluso ahora
que vivimos en la era de las comunicaciones y que es más sencillo.
Las consecuencias para un niño son muy graves, puesto que vive inmerso en un conflicto y se le secuestra emocionalmente porque los
padres juegan con él para que odie a uno u otro, lo que le genera la ansiedad y
el miedo de ser infiel a uno de ellos.
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