Dicen que conforme va pasando la vida, sus marcas quedan
grabadas en nuestro rostro, en la piel y en todo nuestro cuerpo.
Hay personas que tratan de taparlas, de engañarse creyendo
que un parche te devuelve a otros tiempos.
Se niegan a que las
huellas de la vida se aprecien, no solo por la edad, sino porque la vida les ha
dejado muchas y profundas.
Yo no he tenido
demasiados amores, pocos, pero auténticos y sinceros.
Recuerdo como esa
primera chica me decía que le gustaba la gente que en su rostro se veía
marcadas las huellas de la vida.
Le gustaba apreciar
que habían vivido, que no pasaban por la vida, sin sufrir esas marcas, porque
entonces era como sino hubieran existido.
Los rostros de las
gentes del campo, con la piel quemada y arrugada, por cada cosecha, por cada
temporada y por cada persona que se habían cruzado en sus vidas.
No puedo negarlo, en
mi rostro, en mi cuerpo se aprecian esas huellas y no reparo en quitarlas, sigo
su ejemplo.
Hace unos días vi una foto mía de hace diez años y me
sorprendí, ahora tengo muchas mas huellas de la vida que en aquella fotografía.
Dicen que tan solo algunas personas pueden llenarnos el
espacio vacío de nuestra alma, con la medida perfecta del amor.
Cada vez que una de
esas personas que hasta entonces encajaban por el amor se marcha, deja de nuevo
ese vacío y la huella de su ausencia marcada en nuestra piel.
Esas son huellas,
vacíos del alma que se reflejan en la piel y aunque se quiera, no hay remedio
ni cirugía para taparlas.
Las huellas de los
vacíos del alma, no se rellenan, se pueden disimular, pero quedan marcadas
hasta la eternidad.
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