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sábado, 14 de septiembre de 2013

Robert Cleaver Chapman.




"Mi responsabilidad es amar a otros, no buscar que otros me amen."



Cuando Robert Cleaver Chapman nació, en 1803, su padre, Thomas, era un rico comerciante que residía en Elsinor, Dinamarca.

 Allí creció, en una enorme familia rodeada de riqueza y lujo.

 Pocos, entre aquellos que lucharon con Robert Chapman en sus últimos años, suponían que este hombre humilde, que frecuentemente necesitaba depender del Señor para su próxima comida, podría venir de una infancia opulenta.

Cuando aún era niño, la familia regresó a Inglaterra, donde su padre le buscó una buena escuela inglesa, en Yorkshire. 
Allí reveló, particularmente, un amor por la literatura y el don para escribir.


A principios de 1818, Robert dejó Yorkshire, trasladándose a Londres, a fin de estudiar Derecho.

Al final, en 1823,  fue admitido como Procurador de la Corte de Causas Civiles y Procurador de la Corte del Tribunal Superior de Justicia.
 Todos le auguraban un futuro brillante.

Cierta vez fue invitado para oír al predicador James Harrington Evans. Regresó a casa con una nueva alegría y con una profunda seguridad en su corazón.

En muy poco tiempo Chapman le pidió a Evans ser bautizado. Su testimonio sobre su conversión y sobre la sangre de Cristo causaba resentimientos aún entre su propia familia.

Fue un período difícil.
La influencia de James Evans sobre Chapman fue muy grande. Chapman estaba impresionado por el profundo amor que Evans demostraba hacia los débiles.

Pasaron tres años, y Chapman alcanzó mucho éxito en su profesión.
 Su tiempo libre lo ocupaba en el trabajo en los barrios más humildes.
 Ese deseo ardiente por el bienestar espiritual y material de los pobres lo acompañó el resto de su vida. 
Siempre consideró como la marca de la verdadera obra de Cristo, que “a los pobres es anunciado el evangelio”.

Escribió por lo menos ciento sesenta y cinco himnos y otros poemas, incluyendo algunos sonetos.

 Sus “Meditaciones” son también muy bellas, y pertenecen al inicio de su vida cristiana.


En 1902, en el mes de junio, faltando pocos meses para completar cien años, enfermó, y el día 12, antes de las nueve de la noche, murió.

Sus últimas palabras fueron: “La paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento...”









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